DE LA SALVACIÓN QUE REGALAN LOS NAIPES

Por
Andrés Raigosa
raigohead@hotmail.com

 

“Mientras haces bellos discursos, soy cortado en pedazos. Me das de comer a los leones, un balance delicado...soy como un plato giratorio” Radiohead

 *** 

Demasiado ruido. Mucho, diría sino proviniera de mi cabeza.

La luna se asoma tímida, rompiendo el cielo lleno de luces naranja. Brilla, casi virgen.

Las luces decembrinas chisporrotean por el valle como los salmones que saltan río arriba para morir mientras se reproducen.

La multitud dialoga. Existe. Murmuran como insectos. La noche bien puta de Medellín se balancea entre la música parrandera de Guillermo Buitrago y el tarareo de un borrachín que camina describiendo una elipse sobre el largo corredor de Carlos E. Restrepo. 

Demasiado ruido. A mi lado dos mujeres bien vestidas de negro, juegan a las cartas, como lo hace la muerte con la noche. Una de ellas sonríe dejando ver su malicia poco indígena y más bien anglosajona. Se concentra tocando su barbilla. La otra con ojos de leche, sigue el juego como quien ve llover.

Pequeños insectos suben por mi pierna. Corren sin dirección. El concierto empezará en unos minutos y nadie se puede retrasar, menos ellos. El cupo es limitado. La calle y la música son mis amantes preferidas, les hablo y se que me escuchan. No critican, pero te hablan con evasivas o sátiras bien fundamentadas.

A la calle la orino y me sigue amando, a la música la amo, sin esperar recibir ni un mal consejo. 

La mujer que juega cartas acaricia la victoria. Está ebria. Habla  a su compañera de juego no menos elegante mirando los naipes ya viejos. 

Los bastos del poder acreditan la victoria. Los reyes reclaman la corona, dice una. 

La reina posee las gracias benditas, solo otorgadas a las mujeres al principio de los tiempos, susurra su acompañante. 

Medellín no duerme. Se mece furiosa en sus calles mientras dopa a sus ancianos con formol y alimenta a sus jóvenes con leyes burócratas contra el terrorismo. Los niños duermen abrazando su televisor. Dulces sueños. 

Un señor ríe como hiena loca en los alrededores. El eco golpea entre los árboles que custodian la biosfera de este complejo urbanístico de clase media. Su risa asfixiante rebota en las mesas de aluminio de un restaurante que atiende a los comensales ocasionales día y que de noche se convierte en refugio de músicos y poetas ebrios que retan a los transeúntes que pasean sus perros y edifican el cuerpo ideal con ejercicios atléticos. 

La compañía me resultaría inútil. No tengo nada que decir y, ante cualquier pregunta no tendría nada que responder. Nada que declarar. Sólo un silencio prolongado que podría terminar en una risa ocasional que remediara el estar solo. 

Aquella risa se vuelve más fuerte, como quien prefiere evitar los resentimientos de una vida infértil. ¿De qué podría reírme como lo hace aquel hombre?, ¿de quién? La risa me traspasa.

Tal vez es una serenata para su amada, quien en unos minutos saldrá a su ventana vestida de blanco, sonriendo. Una serenata de risa. 

Todos aquí están tan preocupados en vivir y adorar a sus dioses y sus muertos, en conocer a Papa Noel, en brindar por todos los amigos y dedicarles una canción de cuna, en vivir rápido, en morir sin ver la muerte jugando naipes... y en existir. 

Un concierto de grillos enluta la noche. Reclaman el territorio que los seres humanos han violado hace centurias, reclaman respeto por sus derechos “humanos”, reclaman su herencia, reclaman esta ciudad con techos naranja invadida por los hombres sedentarios, que viven sin sentir y piensan tan rápido como se les permite. 

Es fácil hacer un concierto con dos cuerpos y reproducirse constantemente como los grillos noctámbulos.

La música invade sutil, el ambiente nocturno. “Sexo fácil y películas tristes, ayúdame a estar donde pertenezco”, grita el borrachín como pidiendo ayuda. Su cuerpo ya ha dibujado bastantes elipses como para describir diferentes líneas tangenciales en el suelo. Podríamos decir que el amor le ha hecho eso por apostar más de lo que debía en un sencillo juego de naipes.

 Se abren las apuestas, alguien siempre pierde. 

Una anciana harapienta se acerca a los sedentarios transeúntes reclamando unas monedas. La abraza el Santo Rosario y un megáfono. 

-Ya he sembrado bastante, es hora de recoger como dice Cristo...como la semilla que cayó en los espinos y no pelechó y como aquella que cayó en tierra fértil...cada árbol se reconoce por sus frutos...los otros serán cortados para que otros nuevos rediman su espíritu... 

Grita la anciana amplificando estereofónicamente la palabra del señor (¿qué hubiese hecho Cristo con un aparato así?). 

-Hermanos la salvación solo vale las monedas que me quieran dar, dice la fanática. 

Replica para presionar los ingenuos. Quiere venderles la salvación por unos pesos e hipotecarle el cielo a los pecadores a nombre de las benditas ánimas de purgatorio. Le doy unas monedas a ver si dios se acuerda de una vez de mi alma marchita y me regala un espacio fértil en Norteamérica, de donde fotocopiaron el cielo. 

Los pechos de esta anciana resandera elevan el escudo de Coca Cola, son dos montes tenues que presionan a los bolsillos de los reos, los niños y los tontos que escuchan el mensaje. El rosario señala el suelo como un péndulo. Todos se conmueven y como yo, prefieren asegurar su paso a la segunda ronda. Esa es la única manera de “sentir de verdad”. 

Las luces de la ciudad opacan las estrellas y la luna tímida prefiere el anonimato a ser regalada por un enamorado.

Demasiado ruido para estar solo. Los mismos ojos me observan sobre mi hombro. Es inevitable ocupar un lugar en el espacio y jugar este juego que debería perder. Todos jugamos todo el tiempo. Todos perdemos, todos nacemos para apostarle a algo, tal vez a la muerte... 

Los insectos le cantan al cielo naranja de la ciudad. Me piden que me una a ellos y su música. También me piden que reproduzca entre sus orgías artísticas para protestarle al creador por su megáfono que compiten con nuestro canto. Acepto sin resignación. Es mejor ser escuchado que visto. Empieza el concierto. Un as de corazón contra un rey de bastos. Mozart no debió haber nacido.

1 comentarios :: DE LA SALVACIÓN QUE REGALAN LOS NAIPES

  1. Que buen texto Raigo!
    Lo del megáfono jajaja buenísimo!
    Como siempre le expreso mi admiración!
    Camilo Villegas