Bienvenidos a Medellín. El Lado de b de un disco. Lo que algunos prefieren no ver (ni oler). Bienvenidos a una fotografía en movimiento de uno de los lugares más tradicionales para los menos tradicionales en el paisaje urbano. Un recorrido por lo NO turístico que marca el inicio de una serie de escritos sobre las ciudades B.
Prepárese para olvidarse de Botero, el Edificio Coltejer, el Pueblito Paisa y el Metro. Hoy no hay guías turísticos.


El Periodista
Donde la flautista dejó sus ratones



“Despegue y aterrizaje. La más vacía sensación. Gente desilusionada aferrada a botellas. Y cuando llegan están tan decepcionados y aplastados como un bicho en el suelo. Caparazones destrozados. Jugos fluyendo. Alas arrancadas. No te pongas sentimental te hace parecer tonto. Un día me van a crecer alas.”
Radiohead

Por
Andrés Raigosa
raigohead@gmail.com

12:00 a.m.
Ninguna cenicienta corre huyendo de la hora. De sus malvadas hermanas. De su príncipe encantado. A las 12:00 a.m, el parque del periodista bañado en el naranja de sus luces, está forrado de personas murmurantes, de conversaciones surreales que hacen que la vida parezca un Picasso, un Dalí, una fábula depredadora en donde la familia, Dios y el trabajo son pequeñeces.
Fin de semana. Los corredores y bancas están abarrotadas de personas que elevan plegarias invocando a Baco, al placer. La marihuana hace elevar un olor fuerte, medicinal, que despierta los sentidos, la agudeza.

A las 12:00 a.m un hippie borracho coge el tambor en que está sentado y empieza a tocarlo al ritmo desentonado de una canción. Sin coordinación, canta una vieja canción de Manu Chao: “Sueño de Solentiname”. Su voz áspera retoma fragmentos dispersos de la lírica. “Soñé la viruela, soñé locura, soñé miedo, soñé saqueo...mundo querido alíviame, del sueño de soletiname...” repite con tono de angustia, de perdida. Se podría decir que está melancólico, drogado, perdido. Nadie le dirige una mirada ni por desprecio ni por compasión. Nadie.

A las 12:00 a.m la música desbordante de los establecimientos contiguos inunda el lugar. Metal, Rock en Español, Salsa y Canción Protesta compiten con el murmullo ensordecedor y abstracto que emerge del concreto. Una fauna de personas desborda la etiqueta callejera y desarrapada de los asistentes: el parque es un barco de “farra” y verbena callejera. Es como si todos estuvieran en una fiesta en la que nadie es el protagonista y todos están invitados. En las manos y bocas brota el vino barato: Pomposo, Luminoso, Glamoroso, Vieja Cabaña, Moscatel. Dulces compañías en una noche fría. Dulces embriagantes que por míseros pesos regalan ratos de ensimismamiento o de desinhibimiento a aquellos personajes que de día suelen pasar inadvertidos en el colegio, en la universidad o en sus casas esperando la mordedura ponzoñosa de la noche y su veneno que corre por las calles, por sus parques.



A las 12:00 a.m los punkeros se detienen de corrillo en corrillo para vender palitos de incienso de colores, de fragancias lavanda y flores que producen la paz que ellos no inspiran al vérseles acercar tan decididamente. Vienen y van entre los corrillos y las hileras de personas que forman círculos deformes sobre las aceras, bancas, escalas y estatuas. Caminan formando elipses sobre el suelo, mareados y modulando inarticuladas palabras que no persuaden a ningún cliente.

Al otro lado de este barco de concreto están ellos, los “gays”, una serie de personajes arreglados y perfumados con fragancias penetrantes que se lanzan besos profundos ante la mirada ya inmune de los habitantes de la noche. Furtivos ante los señalamientos. Es como si hubieran colonizado un lugar, apartados del resto, ocultos del naranja inquisidor de la luz. De la mirada indicativa de algunos que no entienden su naturaleza, su vida. Sus voces delicadas y aterciopeladas superan los murmullos con su delgadez aguda.

A las 12:00 a.m las empanadas, palitos de queso y pasteles de pollo hacen trizas los bolsillos de los hambrientos, de los que sufren de la mal llamada “cometrapo”. El olor los atrae, los envuelve, los hipnotiza, los levanta desde sus asientos de concreto elevándolos a la sublimidad de la grasa y la carne.
El modesto puesto de empanadas expele un olor graso, a la gloria de la gula, a los 200 pesos que vale un trozo de masa y carne. Claro que hay otras opciones y es entrar al Viejo Vapor o al Guanábano, viejos negocios del parque, a solicitar unas papas con ajo, que alborotarán a los pedigüeños que no dudarán en entrar y arrebatarte una papa con un “dele parce” que no acepta negativas.



A las 12:00 a.m una mujer flautista, bella, flaca y con el cabello hasta la cintura, se sienta en un muro para empuñar su arma musical y fusilar a los presentes con una delicada melodía que juega con las orejas, se mete por el cabello y hace cosquillitas en el paladar. La música viaja por el ambiente, rompe las densas nubes verdes de la marihuana, supera el sonido agresivo del metal y se encumbra en los cerebros de los presentes, que como los ratones del cuento acuden al llamado de estas poderosas notas. La sonata suena a indígena, a selva, a río crecido, a humedad tropical. Todos voltean, unos acuden. Los murmullos disminuyen su intensidad. Todos en función de su tonada, interpretada con los ojos cerrados y una dulzura artística. Termina el encanto. Un borracho aplaude y todos vuelven del sopor musical, a la realidad. Aterrizan.

A las 12:00 a.m las nubes cierran el cielo. Las gotas empiezan a precipitarse contra la vegetación del parque. Tímidamente. Nadie se inmuta. Nadie corre. Todos permanecen. El cielo del parque está surcado por alambres con estrellas flotantes. Azules.
Algunos malabaristas y goleros acuden. Sacan sus juguetes y comienzan a experimentar saltos y suertes de malabarismos con objetos que se tiran entre sí. Sus gorros y barbas largas cubren sus rostros. Roban miradas por sus increíbles logros en el manejo de la gravedad. Desafían.

La noche en el centro de la ciudad tiene habitantes singulares, que parecen reconocerse entre sí, como si la vida los hubiera unido por un lazo hasta el alba, hasta que la luz salga y estén obligados a devolverle este parque a la soledad, al teléfono público que dormita bajo el sol, al anciano que vende golosinas y cigarrillos junto al él y a los viejitos leyendo la prensa mañanera. Por ahora la media noche embriaga los sentidos, consume oscuridad. El deseo.



A las 12:00 a.m, la basura esparcida por los recicladores durante el día, mezcla su nutrido olor con el sereno carbónico expedido por los pulmones productivos de la urbe. Los carros despliegan su velocidad a la sombra rutinaria de los semáforos nocturnos que avisan peligro y los neones de los bares y licoreras le cantan a los amantes borrachos que se besan en medio de sus lucubraciones alcohólicas. Es una fiesta donde la anfitriona es la ciudad y donde el poder yace dormido junto a sus billetes, leyes, referendos y reelecciones.
La única ley es la del más fuerte, la ley de saber que todos se han visto pero no se conocen, donde no se sabe qué es lo que llevan en sus jíqueras y morrales aquellos mutantes salidos de ningunaparte, qué miedos o ansiedades somete el alcohol y la droga, que pasiones desencadena el sexo.

A las 12:00 a.m no pasa nada. Las plantas que sobrevivieron al diluvio de botellas vacías se rodean de un humo asfixiante, denso, casi niebla nocturna. Carcajadas y enormes risotadas hacen eco divino. Las mujeres abrazan a sus hombres, y las botellas a sus dueños.

Las diferentes mezclas de mutantes que pululan aquí no se enfrentan: conviven, comparten el mismo aire, toman el mismo vino, viven la misma vida nocturna como una película que se repite cada día al caer el sol. A esta hora nadie podría ser más feliz en cualquier lugar del mundo que el loco que canta con su tambor, que aquellas parejas que se besan como en despedida, que aquella señora de las empanadas recolectando moneditas de 200 o aquel malabarista que logra compartir su acto. A esta hora, nadie podría estar tan triste en el mundo como que aquel niño que espera a que su mamá termine de pedir migajas, que aquel solitario con su radio y su soledad, o aquella señora que mira desde su balcón a “esta generación perdida”.

Una cosa si es cierta y es que ninguno de ellos podría estar en un mejor lugar para mezclar su tristeza y su felicidad momentánea. Para vivir tanto y tan poco. Para oler la noche y su sereno, para detectar las empanadas amarillas, para escuchar el eco de su risa, para exhalar ese porro de marihuana que llena, para separar las melodías ebrias de los músicos de acera que dan conciertos sin boleta, para sentirse acompañado de alguien a quien he visto antes pero ni sospecho quién es.



A las 12:05 a.m empiezan a caer con más frecuencia esas gotas heladas de lluvia. Entonces los corrillos se deshacen, la música se desvanece y las parejas buscan un pedazo de cornisa para guarnecerse. La noche entra a momento definitorio para los intereses de los amigos del calor y pone en jaque las intenciones de más de uno que planeaba explayar su humanidad sobre el piso revocado y caliente del “Periodista”. Ahora los cúmulos de olores se mezclan. Vienen y van con le calor que brota de las aceras, calles y carros. La música metal se atenúa para recibir a los clientes empapados y quejumbrosos por el factor impredecible de la lluvia, mientras otros suficientemente drogados, borrachos o contemplativos se mojan mientras ríen de aquellos que temen a la “naturaleza”, a la vida.

Entonces un mutante de esos peludos y estregados por la vida dice repetitivamente: “a estos parques no les falta sino tener techo” y las cenicientas empiezan a aparecer entre la lluvia para correr hasta sus casas, y el agua y su olor a polvo espantador, empieza a aplaudir con sus gotas esa retirada masiva, como si la fiesta hubiese concluido felizmente.

Pero nadie sabe, porque mañana también anochecerá y los ratones que aquella flautista encantó con su música selvática, regresarán para sentarse y murmurar, reír, besar, tomar, fumar y esperar los primeros buses del día y desaparecer así, con la luz.

1 comentarios ::

  1. Simplememte puedo decir que gracias a ideas como estas logre sentirme un poco más cerca de esta ciudad, más allá de la visión de turista que tengo desde que llegue acá.
    De verdad nunca me habría tomado la molestia de conocer eso que a simple vista no se ve... y q sólo a la ingeniosa idea de Andrés que aún me tiene en jaque tuve la opotunidad de conocer...
    Así todavia me tengas en vela... un muy buen trabajo y pues gracias por permitirme hacerlo también.
    Ana