¡Un, dos, tres...por la gorda!


Pasiando por Medellín uno se toma el tiempo de pensar a cada rato. Los ambientes se vuelven paisajes y los paisajes se vuelven objeto de reflexiones de todos los tipos...
En esta ocasión, mi amigo personal y cercano compañero de trabajo, el bien conocido Yan Camilo Vergara, escribe unas buenas líneas sobre una gorda. Otra razón para gugliarlo.
Les dejo para que agarren.


Yan Camilo Vergara
yan_camilov@hotmail.com


Cuando Medellín se olvidó de las dieciséis baldosas sobre las cuales colocaron “La Gorda” de Botero, dejó en claro que continuaría invadiéndose a ella misma como la narcisista que no resiste verse menos bella que su reflejo y opta por adornar una y otra vez su apariencia exterior.

-Cinco cuarenta y ocho -¿Qué? ¡Eso qué!, lo hago en chance ¿o qué? –Que faltan doce para las seis hombre –Ah vio que ahora sí le enendí, esos numeritos tan exactos… ¿Va a tomar tintico- Empezando el día y yo estrellado con este viejito que parece salido de un cuento de Tomás Carrasquilla. Es que espere y verá que no exagero:

Después de bajar los ochenta y siete escalones que separan la plataforma del Metro del Parque de Berrio y uno se topa con unas botas blancas de charol, y sube muy despacio la cabeza como asustado, y le parece que las botas se mimetizan con el Jean blanco estrecho, metido con bolsa, y llega hasta una ruana verde, un tabaco, un sombrero costeño y rostro barbado; se da cuenta que sólo puede estar en Medellín, la verdad es que al fondo también se ve la gorda, pero bueno…

-¡Pues sí! hagámosle al tintico- Como todo buen mago criollo este viejito armó su negocio en 3 segundos. Debajo de la ruana sacó 4 termos de tinto, 2 cajas de madera, de esas en las que empacan aguacate y tomate, unos vasitos desechables y listo; el viejito sentado sirviendo tinto.

-¿Qué hace por acá tan temprano juventud?- Pregunta Don Rogelio Velásquez mientras se presenta dándome un apretón de manos muy fuerte. –Pues no Don Rogelio por aquí inaugurándole el negocio hoy Viernes cultural… Silencio sepulcral, pago el tinto y me voy.
200 pesos menos, un quemón en la lengua y mucho frío. Seis cero ocho, otro número para el chance, viejo loco.

Caminando muy despacio bajo el viaducto del metro, es posible encontrarse una moneda de cincuenta pesos, pero de las grandes, a su lado un inmenso tapete humano de pequeños hombrecitos que la ciudad acoge en la noche y excluye en el día. 

La aurora llega y es hora de comenzar el turno de celadores de sus vidas, esas mismas que tras la botella de pegante buscan engañar para no sentirse muertos… Uno a uno dejan la corteza de la ciudad como si perdieran la gravedad o alguien, allá arriba, jugara con sus vidas ¿un titiritero tal vez? Saliendo de aquel túnel de cemento, es posible toparse con una calle adoquinada y estrecha, cuatro taxis inauguran la fila que tres minutos después supera los diez, el vaho de la mañana se acompaña por una densa capa de humo del Pielroja sin filtro que comparten los taxistas, el olor a café me hace arder la lengua, como en un vía crucis cada uno empuja su carro apagado.

Uno, dos, tres, cuatro ancianos sostienen a su manera el árbol que comparten recostando sus espaldas. ¡Un momento!, parece que uno de los árboles ya es grandecito y puede erguirse en el arribo de la nueva mañana como un posible resguardo para cualquier transeunte. Sin embargo, aquellos que le practican la orinoterapia a la naturaleza, también madrugan y se ahorran los doscientos pesos del baño que les puede hacer falta para el metro o el bus; una tula azul y la pala aguardan al extasiado sujeto.

Parece que cada uno de los pasajeros humanos del centro decidiera colocarse allí, en cualquier lugar del espacio. Con tan sólo abrir y cerrar los ojos, es posible multiplicar las personas y los carros que van invadiendo el espacio como si dejaras al azar el tiempo presente pero fragmentado y con un lapsus como el pensamiento.

Seis veintitrés de la mañana. Un perro, un gato, tres caballos, un jinete, un niño y su mamá; están gorditos, pero se sienten parte de la ciudad, pertenecen a ella, la representan. Inocentemente envidiadas por los fotógrafos de las cámaras instantáneas, cada escultura de botero se muestra imponente en la imagen de quien la goza como un trofeo de la plaza. 

En un instante cada una de las obras, agazapadas en el fuerte que conforman el Palacio de la Cultura, el Hotel Nutibara, la Iglesia de la Veracruz, el Museo de Antioquia y el Metro, nacen para la ciudad como esa nueva cara de la metrópoli que acaba inventarse emergiendo de la noche como un tablero de ajedrez en donde los movimientos están condicionados por la razón y la estrategia. 
De esta forma, una mujer se mira en el espejo, un torso continúa sin cabeza y Adán y Eva dan la espalda al sol que les descubre. Un juego de rol en donde la reina y el rey, la luna y el sol actúan para concretar el jaque mate; sólo sucede.

Seis cuarenta y cinco… Y la gorda sigue allá, sola.



1 comentarios :: ¡Un, dos, tres...por la gorda!

  1. Esta historia la escribio Yan cuando estabamos en curso de Redacción Periodistica. Buena.