Una crónica bien crónica

Bueno...volviendo al asunto de la realidad, hoy entro quedando con una crónica de un sitio que esta escondido de la luz del turismo que invade Medellín: TEJELO, un recorrido por la mejor de lo no turístico de nuestra urbs.

Tejelo (y la naturaleza humana)

“Se oye el rumor de un pregonar que dice así: "el yerberito llegó, llegó"
traigo hierba santa, pa' la garganta,
traigo keisimón, pa' la hinchazón
traigo abrecamino, pa' tu destino,
traigo la ruda, pa'l que estornuda
también traigo albahaca,
pa' la gente flaca, el apazote
para los brotes, el betibé pa'l que no ve
y con esa hierba, se casa usted
¡yerbero!”

El Yerberito Moderno, Celia Cruz

Pocos pregones son tan recordados como los que la guarachera de Cuba, Celia Cruz, emitía con entonada y caribeña voz. Pocos son tan dulces y poéticos, y al contrario, son mañosos y rebuscados que curan hasta las penas del alma, regresan al ser amado y llaman la plata.

Pregones. Qué sería de la ciudad sin sus pregones, vehículos de noticias, ideas, revoluciones, chismes y hasta de las más extrañas promociones. Pero estos no están completos sin sus pregoneros, quienes son los pescadores en el río revuelto del transeúnte urbano quién encuentra sin buscar, y compra sin necesitar.

En Medellín se baten a duelo todos los pregones, todos los sentidos. Muchas veces tocar, oler, saborear, escuchar y ver son actitudes hogareñas, sin lugar a irreverencias o desbordes.

Pocos son los paraísos de los sentidos, donde la sorpresa es lo cotidiano y la fauna urbana se esconde tras los pregoneros y mercaderes de almas, botellas y frutas que descubrieron que en su lógica, la estética no es más que el buen y saludable color de un banano pecoso, la suavidad de un zapote y el viril poder del borojó al calor del medio día.

La calle de honor

Un grito irrumpe entre los transeúntes: “más por menos es la oferta” y el intercambio se agiliza. Las básculas calibradas son los jueces de la exactitud cambiaria. La ñapa es la garantía de satisfacción y el escenario no es más que la calle y un laberinto de estantes de madera cubiertos por un rojo encendido que se filtra por los techos. Una obra de arte barroca se despliega por las estanterías, atiborrando por doquier frutas, verduras, tubérculos y productos que se ofrecen buscando dueños.

Tejelo no se abre, no cierra.

Navegarlo responde al instinto, no al afán y sus laberintos apretujados son la casa y el ecosistema vivo de cientos de comerciantes, caminantes y compradores que saben a dónde ir por lo que necesitan y cómo jugar al regateo, al mismo tiempo que se dejan sorprender por los nuevos productos, pues saben bien que en la competencia está la ventaja y a veces, la ruina.

Muchas veces, en el aire, corren rumores de lluvia, amores y persecuciones del Estado que siempre tienen clientes atentos. Muchas veces la corriente cambia, el clima se enmudece y la quietud espanta. Pero otros días, otras escenas permiten ver en un mismo espacio toda la variedad de la naturaleza humana, animal y vegetal. Y como buena naturaleza, impredecible y adaptable por el hombre, convertida a su semejanza.

El general, el caudillo, el comerciante…

El celebre ex presidente Rojas Pinilla, corona este pasaje de fauna. Una plazuela a su nombre enseña un espacio amplio, poco común en el corazón de Tejelo. Sólo por hoy, un indigente ha decidido recordar su busto conmemorativo poniendo cómodamente sus tenis al sol, pues parece que llega a molestarle la humedad o el olor. Rodeándolo, grupos de jóvenes de la calle soborean el sol mañanero al calor del sacol, y la charla de risas llena el ambiente con palabras de calibres inesperados y piruetas sobre el piso adoquinado.

Al general Rojas Pinilla parece apenarle la estética impredecible de Tejelo y muestra la espalda de su busto. Pero haciendo claridades, más bien, su estatua a medio pecho dá (de frente) la bienvenida con seño ejecutivo a este reino de naturaleza humana. Gracias General por traer la televisión a Colombia.

Pero Tejelo también es General. No es un nombre a la deriva, como casi ninguno en la ciudad, es un registro, una marca que de muy buena gana nos recuerda que desde las montañas algún día asomó un Jerónimo Tejelo, Capitán conquistador, que encomendado por Don Jorge Robledo, comandó en buena merced sus tropas a las tierras apenas vírgenes del Valle de Aburrá.

Ahí está la historia y para su recuerdo un pasaje que a muy buen honor rescata lo que por muchos años fuimos, un pueblo comercial, un puerto seco, una ciudad de intercambios y seres de mil colores que llegaron, pasaron y vivieron en estas tierras que hoy decidieron sin decidir que su vocación es el orden y el turismo y que sus calles no pueden esconder la magia de la fauna humana sin ser detectada, etiquetada y ubicada lejos de lo ojos de los que se incomodan con la vida ajena y su naturaleza.

La naturaleza humana no tiene límites. Animales como todos se esconden en el inframundo, lejos de la luz, y sin ser percibidos deambulan entre las sobras y los humanos. Un balance arriesgado se da cita en Telejo y aunque el reino de las frutas y los vegetales se impone por su necesidad de intercambio y comercio, los animales y los humanos se baten en un contacto constante en donde el olor llama a la compra.

Universidad de la vida en el centro de la zona rosa

Tejelo es zona rosa, de encuentro. La música hierve desde las cantinas desde donde la oscuridad da la tregua para el alcohol y el juego, un minuto para ahogar el calor entre la helada compañía de la cerveza y escuchar los místicos alaridos de la música del despecho que también recuerda que la vida es sufrimiento, trabajo, engaño, desidia, dolor…por eso sus letras rescatan el valor del trabajo con sudor, una de las cartas de salvación del comerciante, pues sólo dios sabe cuantos pecados acumuló para abandonar el delito y someterse a la “honradez” del pregón comercial.

Algunos dejaron la cómoda vida sedentaria que ofrece Tejelo entre la legalidad del pasaje comercial y el flujo constante de clientes, para buscar sobre las ruedas de una carreta mejores resultados.

Otros optaron por la movilidad, empujados por la mano ordenadora del espacio público y por la necesidad. En sus improvisados coches no sólo brilla el rojo encendido del tomate o el naranja dulzón de la piña, sino una corte de santos y frases que encomiendan el destino del día a día a una suma poderosa de religión, comercio y suerte.

Las carretas están equipadas para ofrecer estéticamente el producto, para huir ante el peligro del decomiso estatal y para eludir con maestría el mal tiempo. Son pequeños autos inteligentes que aparecen ante la oportunidad y huyen con el miedo y el chisme de la extinción.

Pero lo que los defensores del espacio público no han logrado es detectar cuán profunda es la imaginación del ser humano y más cuando se amenaza su supervivencia, pues el verdadero significado de inteligencia en Tejelo es la adaptación y este detalle no es garantía de la educación escolar sino de la maravillosa universidad de la vida.

“Mis hijos cuentan en libras”

Laura pela una libra de habichuelas por minuto. Quizá ostenta el record mundial en esta modalidad. Justo detrás del mostrador y delicadamente sentada maneja el cuchillo con maestría quirúrgica, al balde cae un aguacero del vegetal. Es sábado y los clientes piden cosas por doquier, todo lo que al frente ofrece Delia, su mamá, que en compañía de su otra hermana pesan, separan y sonríen.

Toda la semana es estudio y trabajo para Laura. En las mañanas dedicación en el salón de clase y en las tardes hace sus tareas al calor del vegetal, en el puesto de su madre. A sus 14 años ha desarrollado capacidades sobresalientes en matemática básica, pero ha sentido que le cuesta leer y concentrarse para estudiar si está trabajando.

Es un puesto de familia, bien surtido como ninguno y adornado de mujeres que tienen la buena costumbre de sonreír como valor agregado de la compra. Pero para garantizar que cuando Delia no esté en condiciones para trabajar, sus hijas deberán hacerlo, por eso son sus acompañantes habituales y así seguirá siendo, porque más que un trabajo es una tradición que les permitirá vivir tranquilamente siempre y cuando la fauna de clientes deambule con agilidad y el producto esté a la mano.

Tejelo es un regreso, una fotografía al pasado. En sus rincones se esconden historias y costumbres que se resisten al olvido. La modernización de la cultura y la era del globo no han fecundado las viejas formas de transar, de convencer, de mostrar. Las básculas pesan libras a la antigua, con viejos aparatos que son condición del buen vendedor: son los jueces de que la promesa de compra y el interés del vendedor son verdaderas y su ley es la libra. Unidad de medida popularizada por el peso. Pero, ¿Por qué confiar en la inexactitud de la naturaleza humana si los números pueden medir e interceder en la duda? Y así se presentan las ventas y se transa la vida.

Pero pasan las horas de luz y el flujo movedizo de las clientelas se ausenta y sólo quedan seres abrazando botellas en algunos bares. Las ganancias se cuentan y las perdidas obligan a creer a todos en la esperaza de un mañana rentable. Algunos levan sus anclas y empujan sus carretas vacías hacia sus casas o bodegas, otros salen en busca de mejor suerte. Los bombillos penden de los pequeños locales y la oscuridad llama a otro tipo de comercio, mientras las luces intimidantes de Ciudad Botero desplazan a cierta variedad de seres que buscando refugio entran a Tejelo con la tranquilidad del que conoce su laberinto y sus mañas. El ruido expectorante del tráfico mengua pacíficamente y despierta la noche.


1 comentarios :: Una crónica bien crónica

  1. Hola:

    Creo que este artículo no encaja en el género de la crónica. Pienso que tiene muchas frases y palabras bonitas. Carece de tono periodístico.

    Saludes.