Polaroid de despedida para unos ojos manga: tercera entrega

Revelado

Podría escuchar los helicópteros sobre la ciudad las trompetas del juicio de juicios mirar al cielo y ver a esos pájaros con hélices y explotarlos si quisiera pero no quiero porque quiero verlos volar estoy en Nueva York podría taran tarán y verles las caras a todos congelarlos si pudiera tocarlos y olerlos verles a los ojos y picárselos con una vara como los niños pican a los muertos en el bosque más cercano espresso maldito donde estás y yo acá parada pensando en el monólogo interno virtual que nunca logro llevar al papel perdedora los conoces a todos y a ninguno ahí vienen con sus caras patéticas más que la mía este lío en que estamos todos dos a la izquierda otros que vienen al fondo doblando la esquina ninguno bueno para mi ninguno bueno para mi por que ninguno bueno para mi todos tienen algo bueno para ella y yo esperando es esa espera la que me mata la que me maltrata y yo parada al sol que asco el sol detesto el sol que bueno el frío que bueno estar dos mil metros más arriba sólo estoy matando el tiempo asesinando el tiempo perdiendo el tiempo arreglando el tiempo el tiempo me molesta este ruido me molesta la voz que llama todo el día al teléfono y hace preguntas y que respuestas tengo sólo más preguntas y sin tiempo para gastar sin monedas para gastar creo que he estado aquí antes sí he estado aquí antes sin saberlo bin bang underground que bueno que no es domingo porque el domingo se pierde entre las cobijas y esta sombrilla la estorba alguien me estará mirando como siempre haber me paro firme y este paradero sigue llenándose para el concierto de llenado del espresso puto espresso y luego entrar en el en una operación embudo frotándose con los otros tocarlos sentirles la piel pero algo vendrá en la tarde algo mejor talvez algún día ni tenga que caminar para ir a algún lado sin depender de la atmósfera.

Exposición

Colgada del hombro del amante de turno viene derritiéndose entre las vitrinas y a paso lento las melosa imagen de Lola, la exitosa mujer de colores que justo en la mañana sale a tomar el sol. Se deja ver de los machos que juegan al billar en las cantinas mañaneras y se escurre entre los acolchados fracs de los caballeros que conoció por casualidad en el pasado cercano cuando de las botellas pasaba a las sábanas de los moteles del malecón. Una sonrisa de marfil enmarcada con unos delgados y dibujados labios rojos escarlata que hacen juego con su encogido vestido blanco entero a hombro desnudo que coronan una pequeña cabeza teñida de un mono oro esponjado.

Lola se cuelga de sus cuerpos y realiza gimnasia olímpica y trapecismo entre los brazos y abrazos de los hombres de bozo y sombrero de ala que susurran piropos del ayer con voces aguardientosas. Parece en un musical barato en que la protagonista termina tirándose de espaldas a una turba de hombres que la reciben como regalo del cielo. Una Bardot del tercer mundo.

Lolita de rojo, de falda o de hombros descubiertos sale de mañana, no sin antes ensayar un par de miradas asesinas al espejo, retocarse el rimel y echarse la bendición frente a la imagen de la virgen de Guadalupe que protege el marco del apartamento 501 donde esconde una vieja sala Luis XV herencia de su viejo y bien muerto esposo y un cuarto de monja que no habla de los cítricos vestidos que esconde el armario barroco y barnizado.

De mañana y como en película gringa riega los anturios del balcón antes de salir a hacer sus carambolas con los viejos del billar de machos. Sinfonía de tacos, tizas y canelazos. Nadie sabe que en las noches la soledad la toma por asalto apuntillándola con un insomnio cafeínico que la pone a rezar de camándula en mano para espantar lo que llama fantasmas del pasado y que hoy le coronan tres arrugas en la frente que van de sien a sien.

Como es de costumbre allí está, parada en el pequeño balcón, ideal para la foto postal citadina tipo Renoir, y desde el ya concurrido paradero, un par de fotos para registrar la rutina cherricola de Lola, que alebresta al par de obreros a rayas que esperan el espresso tardío con ella, que a estas horas ya ha escuchado una docena de sonidos de la era del blues y los beatnicks.

Se hace pesado el calor, húmedo y pegajoso al tacto y selvático al olor. Los aromas de los aguacates recién partidos para la exhibición pública le recuerdan viejas imágenes familiares en donde a la mesa mamá conjuraba los dioses del placer o a los viejos ágapes con gallina de la abuela que despescuezaba los animales con sus propias manos, haciéndolos chillar hasta el hastío de sus 15 hijos y docenas de nietos que recorrían la casa de palmo a palmo.

Cuándo volverán los besos con amor, las noches de lunas y macoñas encendidas y las serenatas de sexo al amanecer…retrocede sus pensamientos de amor sacudiendo la cabeza y al instante salen despedidos del cráneo, al exilio. No se piensa ni se habla de amor en la mañana ni en la noche, siendo la última un presidio comparable con la de Lola.

El espresso no demora, debe asomar la esquina del Olmo y aparecer frente a esta multitud de esperas, como un camión de regalos. Pero justo al final de la calle, donde las palomas acostumbran pasar la mañana colgadas de los cables de cobre que llevan las voces, que conectan los oídos de los residentes, la asalta un pensamiento tan insulso y divertido como preocupante. Cree que las palomas saben más de lo creemos, una especie de animales pensantes que aparentan dar la vida por un mísero maíz, pero que podrían saber más de la vida del hombre…espían sus costumbres y observan con sus diminutos ojos los movimientos milimétricos del hombre. Allí están, como ella, capturándolos a todos con sus ojos grandes, sus ojos manga que detienen los segundos y congelan de muerte a cada uno, asesinando el momento, encerrándolos en una cápsula a falta de memoria, porque sus pensamientos están engrasados con la fluidez del desespero, con la rapidez de las imágenes reales e irreales, con las notas desafinadas de un piano que nunca tuvo ni tendrá, con las decepciones del pasado que la persiguen como una presa y con la ansiedad del tiempo que vendrá, con su vejez comatosa y llena de morfol.

Por eso las vidas ajenas son tan interesantes, porque poseen la emoción que le falta a la propia vida, el seseo de Edwin el carnicero es endulsante natural, el lila encendido en el cabello de la vieja veterinaria y su empolvado esposo café tierra, la variedad exuberante de camisas a cuadros que luce el sastre a diario, la mirada escolástica y medieval del cura Monsalve que quiere exorcizar a todos y las carcajadas sónicas del barbero…todo un universo de cuetecillos detrás de esas caras en las que se ve reflejada completamente, cada una de sus mitocondrias tiene que ver con esos mutantes, cada foto representa un cúmulo de palabras que no puede expresar, una vida que no puede vivir, una cara que no puede tocar, unos ojos que no puede penetrar, una…

0 comentarios :: Polaroid de despedida para unos ojos manga: tercera entrega