Polaroid de despedida para unos ojos manga: segunda entrega

(Continuación)

...No llega el jodido espresso, paciencia de pescador es lo que necesita, menos sol y más agua, menos Corán y más Cosmopolitan. Sus cejas pintadas con óleo permanecen pegadas a su cara impaciente. Labios arrugados y corazón duro. Por ahora nada pasa, pero la gente sigue deambulando…de vuelta al ejercicio.

En un acto de contrición, deja desaparecer su mano en su mochila estudiantil y aflora la presencia de la música: dos pilas del gato = a seis horas de música, de sonidos edulcorantes y pentagrámicos que armonizan el vaivén mañanero. Videoclip urbano.

Todo es más claro ahora: no hay rugidos de bestias Chevrolet, ni mangos a precio de carreta, ni carretas con gritos estereofónicos, ni cláxones alborotados, ni conversaciones ajenas sobre novelas de moda, tampoco trompetas del fin del mundo de los Volvos, ni chillidos desesperantes de niños hambrientos…nada.

Es más fácil pensar, hilar ideas, asociar las palabras con recuerdos y los pensamientos con teorías y así…colcha de retazos, croché de abuela, nudo.

Enfoque. Allí va el señor de apellido judío, no se lo sabe…poca información: pianista – piensa -, con la barbilla señalando el piso, con las manos desaparecidas en los bolsillos…enchaquetado, presuroso…mirada ausente.

Cámara lenta para mayores detalles: pelo negro bajo la boina, recogido no muy largo, fumador de mil bocas y lavanderas, silencioso en la intimidad y amante de la cocina china.

Madruga al mercado todos los días, religiosamente. Metódico, recorre el mini market de la esquina, saluda a Noé el encargado de abrir el negocio y desaparece entre los surtidos de pan y los enlatados.

Después, como salido de una madriguera, reaparece con los víveres: moderados enlatados importados y algunos líquidos, dentro de los que se deja ver un brandy económico y un kumis de marca.

Todos saben que es pianista, nadie ha logrado escucharle una nota. Tampoco frases completas, sólo dice lo necesario, lo básico. Dicen las viejas y envenenadas lenguas de estos lares.

Su nariz prominente anuncia la salida del sujeto a la avenida. Una especie de señal que proviene de la tienda. Avanza a paso lento con el mentón sumergido, ahora sus manos se descubren para dejar ver el paquete que encierra los víveres. Conservador. Parco. Los reflejos de colores de la vitrina lo hacen exasperar. Por eso protege sus diminutas lunas con la pestañas. Incómodo. Una sombra a blanco y negro que camina con la delicadeza de una cebra.

Los tonos de grises revisten sus alargados metro ochenta de estatura. Camisa de cuello blanca, recubierta por un chalequín clásico abrazado por una chaqueta ejecutiva con parches en los codos. Pantalón clásico negro y zapatillas opacas por el mugre y el olvido. Un personaje sacado del ropero. Con ojos de pasa que evita la verticalidad del caminar y se ahoga en una especie de soledad levitante que flota por el anden.

Una fotografía mental captura el momento en cómodas secuencias. Un sujeto congelado que de izquierda a derecha desfila por la avenida y se pierde en el callejón en medio de la cuadra y encuentra fin a su pesadilla social en el chasquido de sus llaves contra la puerta de su apartamento.

Con los ojos café abiertos de par en par hace un paneo radial de la zona. Los abre intentando captar movimientos. Alumbraría si fuera un faro. La cámara lenta sigue encendida y todos se mueven al ritmo del blues missisipi de Tom Waits. El espresso se tarda. Impaciencia entre los dedos. La acera bajo sus pies planos detecta la presencia de varios chicles olvidados, masatudos y frescos. Una llave partida a la mitad aplanada por el tráfico arterial hace juego con las gomas de mascar de mil colores que yacen en un cementerio endurecido.

La intención es aprovechar la muerte del tiempo lineal y coronar la lentitud. Al reloj de arena que ahora devora los minutos como si fueran horas. Recuerda tantos trucos de la TV en que el tiempo se detiene y la ciudad está a merced de los magos, de la voluntad egoísta del protagonista y las lujurias de poder de los villanos que saquean. Pause. Hoy el tiempo está en la nevera. A quién le importa el jodido espresso y la puntualidad infundada. Y allí parada comienza un despliegue fotográfico de la avenida tal y como la conoce. Los personajes salen a escena: ¡acción! Y hecha a andar el laboratorio.

El judío del piano mudo ya se ocultó. Apuntala una mirada profunda esperando al farmaceuta sibarita de la droguería/whiskeria 24 horas que entrega turno nocturno. Esta es la hora de cambio. Su inmaculado y madrugador compañero que espera paciente metido en su delantal, no se inmuta por el retraso de su fofo colega. Toma sorbos concienzudos del café oscuro (sin azúcar) mirando el pedazo de pan francés que Doris, la chancera le obsequió para las onces. La banca donde está sentado es un estadio.

Adentro, Goez maquina con dificultad el plan de escapatoria del recinto y la posterior desaparición de la mujer de piernas económicas que vio el amanecer con él sobre el mostrador de las revistas. La crespa suripanta de mudo perfil y falda encendida tipo lámpara, espera la salida triunfal junto a él. La escena se congela. Goez se arregla el delantal marfil del que afloran los bellos del pecho y con un pase de torero saca un soplo de aliento sobre su mano para verificar el estado de frescura de sus postizas y amarillentas muelas. El pelo engominado por el sudor, dos pases de peineta y está listo. Respira profundo y a una plegaria sorda para que los vecinos madrugadores no atisben la alegre mujer que saldrá antes que él según el plan.

Parpadeo. Sale la mujer a paso lento, sin afán de debajo de la vitrina. Un guiño de ojo para despedir al trozo y trasnochado farmaceuta y lentamente desaparece al doblar la esquina del Olmo. El compañero se advierte de la presencia de la mujer quien sale patinando del lugar. Nada pasa. Goez sale directo al paradero del espresso, no sin antes entregar oficialmente al turno de sol los balances correspondientes. Otros dos lances de peineta y a la calle con ojeras de hamaca y su caminar de irregular de un barco de 120 kilos. Se balancea hasta llegar junto a ella. Toma su última foto.

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