Polaroid de despedida para unos ojos manga: entrega final!

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(continua de la tercera entrega)

Quiere llover temprano, los árboles delatan un viento misterioso, de esos vientos que traen noticias sin golondrinas. Empuña fuerte su sombrilla encogida y escoge una baldosa para quedarse quieta. Siente un hormigueo en la espalda, un hormigueo apuntillado como el que siente en las noches, son las miradas de inquisidoras de todos aquellos a quienes utilizó para recrearse el mundo, del pianista Judío, el farmaceuta sibarita peso completo, la secretaria metiche, Lola desde su balcón de anturios, varios obreros con cascos amarillos en sus manos, los conductores de los autos se detienen para mirarle en detalle…todos dejan sus miradas extraviadas y confluyen en aquellos ojos faros que hace rato los examinaban con curiosidad quirúrgica, en aquel cuerpo y aquel cráneo que disparaba ideas a ritmo locomotor de un obturador…ya el sol es un recuerdo de calor sobre la piel de los visitantes del café que ahora la ven desde lejos con sus periódicos del hoy enrollados bajo la axila. Quiere llover temprando.

Por instinto termina por examinarse, por hacer un recorrido mental por todo su cuerpo verificando el funcionamiento del sistema…el corazón en su lugar. Elimina la sospecha de estar llamando la atención de alguna forma. Quieta. Nada encuentra en su cuerpo. Pero aquellas miradas la apuntalan como clavos en cámara lenta, todos la examinan, la miran, la desnudan…de un tajo arranca la música de sus oídos y descubre con asombro un silencio polar en toda la avenida…cadavérico. No hay cláxones, ni martillos azotando paredes, menos cajas registradoras saludando billetes o cantos de pájaros madrugadores. Nada. Fellini se jactaría de ella…le pondría una cuerda y la volaría como cometa.

La sensación de huir la invade, huir como el botín de haber inventado las historias que deseó que le contaran aquellos extraños huir después de haber jugado con las figuras de un teatro urbano, con las vidas simples y saladas capturadas en recuadro de gente que apenas vio por primera vez…nada de salas Luis XV, esposos muertos, pianos que no suenan, prostitutas de colores o viudas alegres…nada, sólo cuerpos dispuestos a ser llenados con embudo de complicaciones, de vidas rutilantes que haría de una espera amena.

Esas miradas acabarían por enloquecerla, por darle vueltas como cuando niña iba en busca de una piñata, a ciegas. Todos la examinan en un cuadro congelado. Ella teme pensar, teme que adviertan sus pensamientos, que los lean…con esas miradas podrían traspasarla como una hoja de papel…la imagen de la alcantarilla engullendo su cuerpo sería un alivio, pero sabe de la utilización deliberada de astucias para complacerse y el castigo que en algún momento deseó iba tomando forma en aquella calle, en aquella mañana, en aquel lugar donde era el centro del mundo.

Un rayo iluminó el paisaje con la rapidez de un flash y al parpadeo emprendió la odisea de cruzar de un tajo la avenida paraguas en mano, con la lentitud cuadro a cuadro del momento. El espresso veloz ya avanzaba hacia ella cuando escuchó por última vez la melodía del motor diesel, y quieta en la mitad de la calle oscurecida, y sin tiempo de remar a una orilla, tomó por despedida la foto en primer plano de aquel chevy 74.

FIN


Andrés Raigosa


Polaroid de despedida para unos ojos manga: tercera entrega

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Revelado

Podría escuchar los helicópteros sobre la ciudad las trompetas del juicio de juicios mirar al cielo y ver a esos pájaros con hélices y explotarlos si quisiera pero no quiero porque quiero verlos volar estoy en Nueva York podría taran tarán y verles las caras a todos congelarlos si pudiera tocarlos y olerlos verles a los ojos y picárselos con una vara como los niños pican a los muertos en el bosque más cercano espresso maldito donde estás y yo acá parada pensando en el monólogo interno virtual que nunca logro llevar al papel perdedora los conoces a todos y a ninguno ahí vienen con sus caras patéticas más que la mía este lío en que estamos todos dos a la izquierda otros que vienen al fondo doblando la esquina ninguno bueno para mi ninguno bueno para mi por que ninguno bueno para mi todos tienen algo bueno para ella y yo esperando es esa espera la que me mata la que me maltrata y yo parada al sol que asco el sol detesto el sol que bueno el frío que bueno estar dos mil metros más arriba sólo estoy matando el tiempo asesinando el tiempo perdiendo el tiempo arreglando el tiempo el tiempo me molesta este ruido me molesta la voz que llama todo el día al teléfono y hace preguntas y que respuestas tengo sólo más preguntas y sin tiempo para gastar sin monedas para gastar creo que he estado aquí antes sí he estado aquí antes sin saberlo bin bang underground que bueno que no es domingo porque el domingo se pierde entre las cobijas y esta sombrilla la estorba alguien me estará mirando como siempre haber me paro firme y este paradero sigue llenándose para el concierto de llenado del espresso puto espresso y luego entrar en el en una operación embudo frotándose con los otros tocarlos sentirles la piel pero algo vendrá en la tarde algo mejor talvez algún día ni tenga que caminar para ir a algún lado sin depender de la atmósfera.

Exposición

Colgada del hombro del amante de turno viene derritiéndose entre las vitrinas y a paso lento las melosa imagen de Lola, la exitosa mujer de colores que justo en la mañana sale a tomar el sol. Se deja ver de los machos que juegan al billar en las cantinas mañaneras y se escurre entre los acolchados fracs de los caballeros que conoció por casualidad en el pasado cercano cuando de las botellas pasaba a las sábanas de los moteles del malecón. Una sonrisa de marfil enmarcada con unos delgados y dibujados labios rojos escarlata que hacen juego con su encogido vestido blanco entero a hombro desnudo que coronan una pequeña cabeza teñida de un mono oro esponjado.

Lola se cuelga de sus cuerpos y realiza gimnasia olímpica y trapecismo entre los brazos y abrazos de los hombres de bozo y sombrero de ala que susurran piropos del ayer con voces aguardientosas. Parece en un musical barato en que la protagonista termina tirándose de espaldas a una turba de hombres que la reciben como regalo del cielo. Una Bardot del tercer mundo.

Lolita de rojo, de falda o de hombros descubiertos sale de mañana, no sin antes ensayar un par de miradas asesinas al espejo, retocarse el rimel y echarse la bendición frente a la imagen de la virgen de Guadalupe que protege el marco del apartamento 501 donde esconde una vieja sala Luis XV herencia de su viejo y bien muerto esposo y un cuarto de monja que no habla de los cítricos vestidos que esconde el armario barroco y barnizado.

De mañana y como en película gringa riega los anturios del balcón antes de salir a hacer sus carambolas con los viejos del billar de machos. Sinfonía de tacos, tizas y canelazos. Nadie sabe que en las noches la soledad la toma por asalto apuntillándola con un insomnio cafeínico que la pone a rezar de camándula en mano para espantar lo que llama fantasmas del pasado y que hoy le coronan tres arrugas en la frente que van de sien a sien.

Como es de costumbre allí está, parada en el pequeño balcón, ideal para la foto postal citadina tipo Renoir, y desde el ya concurrido paradero, un par de fotos para registrar la rutina cherricola de Lola, que alebresta al par de obreros a rayas que esperan el espresso tardío con ella, que a estas horas ya ha escuchado una docena de sonidos de la era del blues y los beatnicks.

Se hace pesado el calor, húmedo y pegajoso al tacto y selvático al olor. Los aromas de los aguacates recién partidos para la exhibición pública le recuerdan viejas imágenes familiares en donde a la mesa mamá conjuraba los dioses del placer o a los viejos ágapes con gallina de la abuela que despescuezaba los animales con sus propias manos, haciéndolos chillar hasta el hastío de sus 15 hijos y docenas de nietos que recorrían la casa de palmo a palmo.

Cuándo volverán los besos con amor, las noches de lunas y macoñas encendidas y las serenatas de sexo al amanecer…retrocede sus pensamientos de amor sacudiendo la cabeza y al instante salen despedidos del cráneo, al exilio. No se piensa ni se habla de amor en la mañana ni en la noche, siendo la última un presidio comparable con la de Lola.

El espresso no demora, debe asomar la esquina del Olmo y aparecer frente a esta multitud de esperas, como un camión de regalos. Pero justo al final de la calle, donde las palomas acostumbran pasar la mañana colgadas de los cables de cobre que llevan las voces, que conectan los oídos de los residentes, la asalta un pensamiento tan insulso y divertido como preocupante. Cree que las palomas saben más de lo creemos, una especie de animales pensantes que aparentan dar la vida por un mísero maíz, pero que podrían saber más de la vida del hombre…espían sus costumbres y observan con sus diminutos ojos los movimientos milimétricos del hombre. Allí están, como ella, capturándolos a todos con sus ojos grandes, sus ojos manga que detienen los segundos y congelan de muerte a cada uno, asesinando el momento, encerrándolos en una cápsula a falta de memoria, porque sus pensamientos están engrasados con la fluidez del desespero, con la rapidez de las imágenes reales e irreales, con las notas desafinadas de un piano que nunca tuvo ni tendrá, con las decepciones del pasado que la persiguen como una presa y con la ansiedad del tiempo que vendrá, con su vejez comatosa y llena de morfol.

Por eso las vidas ajenas son tan interesantes, porque poseen la emoción que le falta a la propia vida, el seseo de Edwin el carnicero es endulsante natural, el lila encendido en el cabello de la vieja veterinaria y su empolvado esposo café tierra, la variedad exuberante de camisas a cuadros que luce el sastre a diario, la mirada escolástica y medieval del cura Monsalve que quiere exorcizar a todos y las carcajadas sónicas del barbero…todo un universo de cuetecillos detrás de esas caras en las que se ve reflejada completamente, cada una de sus mitocondrias tiene que ver con esos mutantes, cada foto representa un cúmulo de palabras que no puede expresar, una vida que no puede vivir, una cara que no puede tocar, unos ojos que no puede penetrar, una…

Polaroid de despedida para unos ojos manga: segunda entrega

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(Continuación)

...No llega el jodido espresso, paciencia de pescador es lo que necesita, menos sol y más agua, menos Corán y más Cosmopolitan. Sus cejas pintadas con óleo permanecen pegadas a su cara impaciente. Labios arrugados y corazón duro. Por ahora nada pasa, pero la gente sigue deambulando…de vuelta al ejercicio.

En un acto de contrición, deja desaparecer su mano en su mochila estudiantil y aflora la presencia de la música: dos pilas del gato = a seis horas de música, de sonidos edulcorantes y pentagrámicos que armonizan el vaivén mañanero. Videoclip urbano.

Todo es más claro ahora: no hay rugidos de bestias Chevrolet, ni mangos a precio de carreta, ni carretas con gritos estereofónicos, ni cláxones alborotados, ni conversaciones ajenas sobre novelas de moda, tampoco trompetas del fin del mundo de los Volvos, ni chillidos desesperantes de niños hambrientos…nada.

Es más fácil pensar, hilar ideas, asociar las palabras con recuerdos y los pensamientos con teorías y así…colcha de retazos, croché de abuela, nudo.

Enfoque. Allí va el señor de apellido judío, no se lo sabe…poca información: pianista – piensa -, con la barbilla señalando el piso, con las manos desaparecidas en los bolsillos…enchaquetado, presuroso…mirada ausente.

Cámara lenta para mayores detalles: pelo negro bajo la boina, recogido no muy largo, fumador de mil bocas y lavanderas, silencioso en la intimidad y amante de la cocina china.

Madruga al mercado todos los días, religiosamente. Metódico, recorre el mini market de la esquina, saluda a Noé el encargado de abrir el negocio y desaparece entre los surtidos de pan y los enlatados.

Después, como salido de una madriguera, reaparece con los víveres: moderados enlatados importados y algunos líquidos, dentro de los que se deja ver un brandy económico y un kumis de marca.

Todos saben que es pianista, nadie ha logrado escucharle una nota. Tampoco frases completas, sólo dice lo necesario, lo básico. Dicen las viejas y envenenadas lenguas de estos lares.

Su nariz prominente anuncia la salida del sujeto a la avenida. Una especie de señal que proviene de la tienda. Avanza a paso lento con el mentón sumergido, ahora sus manos se descubren para dejar ver el paquete que encierra los víveres. Conservador. Parco. Los reflejos de colores de la vitrina lo hacen exasperar. Por eso protege sus diminutas lunas con la pestañas. Incómodo. Una sombra a blanco y negro que camina con la delicadeza de una cebra.

Los tonos de grises revisten sus alargados metro ochenta de estatura. Camisa de cuello blanca, recubierta por un chalequín clásico abrazado por una chaqueta ejecutiva con parches en los codos. Pantalón clásico negro y zapatillas opacas por el mugre y el olvido. Un personaje sacado del ropero. Con ojos de pasa que evita la verticalidad del caminar y se ahoga en una especie de soledad levitante que flota por el anden.

Una fotografía mental captura el momento en cómodas secuencias. Un sujeto congelado que de izquierda a derecha desfila por la avenida y se pierde en el callejón en medio de la cuadra y encuentra fin a su pesadilla social en el chasquido de sus llaves contra la puerta de su apartamento.

Con los ojos café abiertos de par en par hace un paneo radial de la zona. Los abre intentando captar movimientos. Alumbraría si fuera un faro. La cámara lenta sigue encendida y todos se mueven al ritmo del blues missisipi de Tom Waits. El espresso se tarda. Impaciencia entre los dedos. La acera bajo sus pies planos detecta la presencia de varios chicles olvidados, masatudos y frescos. Una llave partida a la mitad aplanada por el tráfico arterial hace juego con las gomas de mascar de mil colores que yacen en un cementerio endurecido.

La intención es aprovechar la muerte del tiempo lineal y coronar la lentitud. Al reloj de arena que ahora devora los minutos como si fueran horas. Recuerda tantos trucos de la TV en que el tiempo se detiene y la ciudad está a merced de los magos, de la voluntad egoísta del protagonista y las lujurias de poder de los villanos que saquean. Pause. Hoy el tiempo está en la nevera. A quién le importa el jodido espresso y la puntualidad infundada. Y allí parada comienza un despliegue fotográfico de la avenida tal y como la conoce. Los personajes salen a escena: ¡acción! Y hecha a andar el laboratorio.

El judío del piano mudo ya se ocultó. Apuntala una mirada profunda esperando al farmaceuta sibarita de la droguería/whiskeria 24 horas que entrega turno nocturno. Esta es la hora de cambio. Su inmaculado y madrugador compañero que espera paciente metido en su delantal, no se inmuta por el retraso de su fofo colega. Toma sorbos concienzudos del café oscuro (sin azúcar) mirando el pedazo de pan francés que Doris, la chancera le obsequió para las onces. La banca donde está sentado es un estadio.

Adentro, Goez maquina con dificultad el plan de escapatoria del recinto y la posterior desaparición de la mujer de piernas económicas que vio el amanecer con él sobre el mostrador de las revistas. La crespa suripanta de mudo perfil y falda encendida tipo lámpara, espera la salida triunfal junto a él. La escena se congela. Goez se arregla el delantal marfil del que afloran los bellos del pecho y con un pase de torero saca un soplo de aliento sobre su mano para verificar el estado de frescura de sus postizas y amarillentas muelas. El pelo engominado por el sudor, dos pases de peineta y está listo. Respira profundo y a una plegaria sorda para que los vecinos madrugadores no atisben la alegre mujer que saldrá antes que él según el plan.

Parpadeo. Sale la mujer a paso lento, sin afán de debajo de la vitrina. Un guiño de ojo para despedir al trozo y trasnochado farmaceuta y lentamente desaparece al doblar la esquina del Olmo. El compañero se advierte de la presencia de la mujer quien sale patinando del lugar. Nada pasa. Goez sale directo al paradero del espresso, no sin antes entregar oficialmente al turno de sol los balances correspondientes. Otros dos lances de peineta y a la calle con ojeras de hamaca y su caminar de irregular de un barco de 120 kilos. Se balancea hasta llegar junto a ella. Toma su última foto.

Polaroid de despedida para unos ojos manga: primera entrega

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Amigos y amigas.

He decidido publicar en este humilde espacio y por entregas, mi micronovela titulada "Polaroid de despedida para unos ojos manga", la primera de una serie de escritos sobre mujeres con algunos transtornos...espero la visiten, la lean, la sigan y la comenten...

Con todo mi aprecio..ahí les va la entrega !

Polaroid de despedida para unos ojos manga


Morir…pasar el aire de una orilla a nado

Robi Draco Rosa


***

Como siempre está parada al borde de la acera, jugando con las puntas de sus zapatos marrón que se asoman a la calle…saludan el pavimento. Le encanta sentir el vacío de la calle, que sus pies descubran la superficie del suelo: una exploración lunar con gravedad…sentir el masacote del agua con tierra de las mañanas de invierno, las letras en relieve de los contadores del agua, el agua y las aceras desnudas o adoquinadas, el resbaladizo y elegante mármol, y el rugoso y desconfiable chasqueo de los pisos de madera…hoy no lleva medias, no por afanes feminos, sino por convicciones rebeldes que representan una ganancia personal, un atentado contra el sagrado sistema de la familia.

El viento de agosto pedalea con sus aretes gitanos, con sus pestañas Vogue, con su sonrisa petrolera que deja ver dos pequeños agujeros a lado y lado de la boca ¡que boca..! Quiere comerse la avenida entera que palidece ante el aleteo de sus pestañas.

“Pronto viene el espresso”, balbucea la secretaria que saca un comentario de la chistera. Metiche. Y sí, el espresso debe acercarse como todos los días…tras los árboles momificados por la primavera del smok, con su chorro de humo diesel 74, sus calcomanías de lujo del Divino niño Jesús de Praga (el comunista) y los boleros bamboleantes que enmarcan el parabrisas del Chevy. Detrás de volante –piensa- viene relentizado por el tráfico, sin afanes raudos, cualquiera de los uniformados esquiroles de la ruta del escarabajo, como lo llaman floridamente por sus afanes…nombre que le causa gracia por su obsesión con Kafka, que raya en los más profundos ecos del psicoanálisis casero de papá y la entomología aficionada que practicaba desde niña con cualquier insecto del hogar.

-Que asco-, piensa. El vaho de vapor mañanero encerrado en 23 bancas compartidas, con dormitados estudiantes, secretarios de despacho, mucamas ocasionales, prostitutas prepago que estudian como fachada, señores gordos con bozo…todos respirando el aire reciclado y revolcado por el temor a los vientos helados de la mañana…por abrir la ventana oxidada del chevyescarabajograndisimoinmudiciatercermuindista que le tocará hoy…que asco.

Asusta de miedo la lluvia de estos días, sacude los árboles, música de aplausos, juego de barroco con calma…simpleza acuática…sombrillas aguzan las calles, las oficinas.

Allí, junto a la acera, recorre con detalle las caras que pasan, se detiene en ciertos aspectos: que la nariz así y asá, que el lunar de Yuly la peluquera, el pelo morado y corto de la tercera edad de Hortensia esposa fiel y mucama de profesión, los zapatos de gamuzón del italiano morboso y profesor de danza, la bolsa de papel que captura el Moscatel (de pasas) del ropavejero de confianza que duerme todos los días bajo el techo de la tienda mascotas, todo en un despliegue de gimnasia mental sin puntuación ni orden semántico: un monólogo visceral y dadaísta hasta el corbatín…todo es un fenómeno de enredajos e historias mentales con aquellos personajes, todo tan claro en la mente…como le fluyen las ideas, como construye historias con sus neuronas, el mismo hábito al caminar por la avenida, como retocan sus peinados, como saludan la mañana con el bostezo engullidor, como llevan sus poddles detrás de sus correas y con la cabeza fuera del auto.

Adiós fulano, adiós sutano…despedidas antes de la hora del miedo en que entran a halar la palanca, hundir el botón, obedecer al tipo que gruñe en su oficina…fotocopiado del alma en alta resolución y ampliado para llevar. Inyección contra la rabia.

Viene la lluvia…pero un sol sospechoso sale a dar la bienvenida a los primeros visitantes del café plaza que ofrece el mejor periódico con tinto de la vida…el paraíso del desempleo.

Pero la lluvia vendrá…por eso, empuña con confianza egoísta su sombrilla semimportada y negrísima como cuento de Poe, segura que será ausente del pabellón de mojados de la tarde.

Le encanta imaginarse a su sombrilla como un ganso con cuello torcido que coge por el pescuezo liso y aceitado…apoya la punta pararrayos contra el piso y por momentos deja que parte de sus 52 kilos descansen sobre el adminículo. Una espada en potencia, un oasis de protección.

Ya viene el espresso, se siente el ronquido.

Recuerda en un momento gaseoso alguna cita de EL Corán, Surá XVI, La Abeja…versículo 47… Los que han empleado malvadamente astucias, ¿están segu­ros de que Dios no hará que los trague la tierra o que un castigo terrible no vendrá a sorprenderlos allí donde menos lo esperarán?”

El Corán, lectura pesada. Sonríe en medio de la calle. Imaginar la alcantarilla engullendo su cuerpo era una imagen desprovista de toda lógica racional, convertida en un animal de cloacas por culpa de su astucia. Todo un titular de diario amarillo: “Alá emprende campaña de exterminio contra los impíos”, “alcantarillas arremeten contra transeúntes pecadores”. Un cañaveral de ideas. Sigue sonriendo, haciendo huecos en las mejillas, ahora bajo el sol…de verdad cree merecer el castigo, su mente la provee de toda clase de lógicas paralelas al racionalismo: la ruptura de la razón implica un reto desde la estética – piensa –.

Pero sigue pensando en su castigo, su infierno personal. Karmas vuelan, balances, ajustes de cuentas, saldos que se opacan con el sol y con el plomo, justicia divina, todos vienen a la mente.

Cuentos cortos 7

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Mi sacapuntas


Lo peor del mundo es perder el sacapuntas.

Ese elemento pequeño, aparentemente inofensivo, nulo, servicial y brillante.

Ayer perdí la paciencia y a él también.

Le he pedido disculpas, mil perdones y dedicado oraciones, pero de mí nada quiere saber.

Este lápiz lo extraña. Se consume volviendo su punta roma, meseta, plana, 180 grados, nadie.

Vuelva, acá estará bien: no visitará más el piso, ni volverá a ser pateado por Marina mi muchacha del servicio, lo juro.

Vuelva con su cuchillita amenazante que me recuerda suicidios y dolores.

Vuelva con su tornillito diminuto y su basurita encantadora. Vuelva.

Este lápiz lo extraña, no es lo mismo sin usted este Mirado 2h.

Vuelva que se acaba mi claridad mental, mis palabras curvas, mis dibujos.

Mi borrador lo extraña también.

Perdí la paciencia y a usted. Perdóneme.

Cuentos cortos 7

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En mora

Es complejo cuando vienen tus vecinos de visita. Llegan sin ser esperados y antes de tocar el timbre, asoman delicadamente sus cabezas dejando que sus ojos escudrillen por una grieta en la ventana, nadie quiere tocar el portón y no econtrar a alguien.

Hoy no es diferente. Después de haber enrrollado el diario para pegarle al perro, viene el zumbido eléctrico del timbre. Entonces, detienes la reprimenda para atender a los comensales.

Ahí están, todos llegan antes de la hora laboral, unos con sus trajes y otros en sus motocicletas o autos. Reclaman y se apresuran a murmurar en grupo mientras camino lentamente por el living hasta el portón, la luz de la mañana se escapa entre las cortinas.

- Escucho como se amontonan las voces detrás del ojo de pescado -

Finalmente cada cual viene por su trozo.

Yo acciono lentamente la manija y dejo que entren hasta el viejo perchero donde dejan sus abrigos. Se ponen cómodos en el dibán rosa pálido junto al patio, mientras mi perro los huele en silencio de investigador criminal.

Todos obtienen lo que buscan, en cierta medida necesitan sentir el dolor de dejarse llevar por el hambre, el deseo y la ira.

Cobrar las deudas es siempre un asunto delicado, requiere de una impaciencia fría y directa pero a la vez de actitud de policía: obstinada y egoista.

Todos se marchan, y yo sigo escribiendo en mi libreta nombres con deudas por pagar, mientras mis vecinos me arrancan pedazos de lo que fui. siempre obtuve lo que quise.


Cuentos cortos 6: y se siguen pariendo

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Paraíso

“...reinos sin rey, templos sin Dios”
Robi Draco Rosa


Lloraba. Gemía fuerte. No quería sufrir más.

Y tomando temblorosamente el revolver humeante del piso, dio un giró hacia el cadáver desnudo de Adán que yacía aun caliente sobre el piso.

Mirándolo fijamente a los ojos todavía abiertos, apuntó el arma a su propia sien.

No se perdona a una asesina tan bella...y halando del gatillo, descubrió que la recamara estaba vacía.

Solamente quedaba una opción, y desnuda aun y con la prueba en sus manos encendió un cigarrillo esperando pacientemente el castigo de Dios.

El paraíso no sería el mismo desde ese momento.

El cine de "Sin Tiza" del tablero a la pantalla

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Hoy quiero saludarlos a todos con una buena noticia. SIN TIZA, un proyecto que tuve la gran oportunidad de conocer y acompañar de cerca cuando trabaja en el centro de Investigaciones de la UPB Medellín está cerrando su ciclo del año.
Margarita Villada, su ideologa y creadora emérita le ha apostado a la formación de públicos a través del cine y sus historias...y como todos sabemos las historias nos ayudan a construir lo que somos y a contar lo que fuimos...

Margara además de liderar, ha tenido la afortunada idea de presentar el balance de su proyecto casi tan creativamente como fue manejado y es por medio de una gran estrategia poco reconocida como el happening que cito de la invitación que están difundiendo:


"El concepto del evento está enmarcado en el happening y la instalación, generando una propuesta de intercambio interactivo con el público, la propuesta maneja un concepto en el montaje atravesado principalmente por medios gráficos como la pintura y el dibujo, el audiovisual y el performativo, a través de los cuales se dará cuenta de los resultados cualitativos del proceso de formación de públicos para el cine, desarrollado por la Universidad Pontificia Bolivariana desde el 2006 con los jóvenes de secundaria de los sectores de Manrique y Moravia"

Así pues la respuesta es que sí, el cine si puede cambiar vidas. Felicitaciones SIN TIZA.


Cuentos cortos 5

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Último acto de fe

Rezonga en el diván. Al final tú le dices que es culpa de sus padres y la liviana mujer endosa el cheque. Vives feliz hasta que te ataca el deseo de poseerla. Extraerle sus entrañas bañadas en almíbar endulzado por sus glóbulos, su jugo. Me acerco a la ventana, ella sigue hablando y creo que los hombres no la han comprendido, que nunca jugó a la cocinita, sus barbies fueron una anécdota del tercer mundo.

Algo me consume por dentro, acaricia mi instinto y, con alevosía, preparo el ataque: sería silencioso y limpio, y luego mi secretaria sacaría la el cadáver, vacía, seca por el contacto fulminante y preciso: combinación de fuerza brutal y elegancia de violinista.

Me dirijo a la ventana dejando que el sonido de mis pasos ataque la habitación – Toc….Toc. Pongo mi mano derecha en el mentón para ocultar la quijada y sentir los dientes punzantes. Placer.

Afuera la gente pulula. Todos son vampiros. Unos elegantes y pomposos con vida de confeti, y otros luchando para no pensar (también tienen derecho a no saber nada), distraídos en las iglesias y los salarios mínimos espirituales bautizando su ira. Otros vendiendo su alma al portador, tienen pintada la pirámide en la frente y las botas puestas para pisar y subir. Están libres de mí aún. Todos vampiros y la mayoría nunca lo sabrá, pero actuarán como ellos, siguiendo su naturaleza absorbente.

La presa se enfría.

(Recuerdo cuántos cayeron ante mi letal sofisma de consulta. Cuantos cure con mentiras y redimí con verdades básicas).

Dejo de escuchar su ronca vos y me percato que Pavlov nunca tuvo un perro. Un sonido de campana se aleja reverberante en el espacio de la oscura habitación con tufo a naftalina veredal.

Siento dos tenazas y una tibieza en el cuello. No túneles, ni luces, sólo un ligero desenfoque mientras me diluyo en mi camino hasta el piso. Horizontales que son verticales derruyéndose.

Ella me abraza en un acto de fé y sus manos me aferran hasta que se apaga la sesión.

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Abrazo

Mi nariz apunta al piso mientras el sueño me vence en una partida de póker desértico. Sentado, sudo lo de rigor. Bajo una sombra de metal los centígrados suben a paso ligero. Al baño maría.

Elevado 15 metros del piso acumulo razones para esperar medio despierto el paso del tren del Carbón: eventualmente vivimos para dejar de ser infelices, no para alcanzar lo inalcanzable, él me hace menos infeliz…sus vapores emanan mi tranquilidad, sus maquinaria enciende mi corazón de calderas y sus vagones me recuerdan el paso de los años, todos iguales. Monólogo tic-tac de los años.

(En un metro cuadrado sí que puedo decir que hay intimidad).

Escribo en un cuaderno amarillo hepático lo que pienso pero se evapora…

“Labores del día…”, pero mi mirado se detiene ante un silbido que me trajo la brisa guajira de estos días…en medio de los rieles que adornan la vía metálica del tren que se pierde en mi horizonte, corre un hombre que soy yo en mi juventud persiguiendo el último vagón, entonces en un parpadeo de poca lucidez, bajo acelerado a su encuentro…él me abraza como un ave…me abrazo y siento que en pocos segundos conoceré el carbón bajo el hierro caliente de mi amante. Soy menos infeliz ahora.

Cerrejón - Guajira, julio de 2006.

Cuentos cortos 4: más y más...

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Vuelve y juega...cortos y certeros como la gillete de peluquero...desangran el alma y hacen correr la bilis desde el cuello hasta el pecho...justo ahí done quedaba el corazón...
Cortos los cuentos de hoy...pues un día como hoy, no quiero vivirlo sino en el lecho.


***

El pasante mineral

Junto al lecho materno descanso sentada sobre mis rodillas. Algunas de sus lágrimas han rodado en avalancha hasta mis orejas. Me mantengo firme como una promesa de volver, mineral.

Aunque joven, la amante le anduvo quitando la historia a mi madre quien hoy duplicó la jornada del trabajo del hígado condenándolo a unas lucubraciones alcohólicas sin precedentes.

Todo se confabula con el dolor de la pérdida: la lluvia de estos días y el flasheo de los recuerdos que no volverán y que se van en compañía de un efecto dopler de suspiro.

El papel verdadero se desata en el dolor con quien comparto la sangre de actor, y el telón cae sobre mí, una roca que comparte el lastre cómplice de ser tan joven y amante como aquella causante. Y yo, como buena roca, anhelo por un espolón.

***


***

Pescas

Debajo de la bóveda descansa un anzuelo. Cometas en el cielo. Olvido profeso por la inmensidad. Por tal, cuando camino bajo suelo natural omito con refrescante extrañeza el asunto azulado.

Hay que ver cuando las precipitaciones rompen en realidades atmosféricas, pues es allí cuando levanto a unos 100 grados la vista y angulizo el resultado. De inmediato diagnostico un paraguas y así menos que advierto del peligro, y tácitamente camino al borde amnésico de la intemperie.

Hay que ver cuando quema la canícula. Menos sugiere uno el andar despistado y más por la oscuridad bien fría. Siente uno la sangre fluir por sus carreteras y acelerar al mío (cardio) corazón (o donde solía quedar).

Un día recomienda mi horóscopo realizar un acto digno de proeza circense: “levanta la mirada a unos 90 grados y contempla las señales”, decía al dedillo la cita adornada. Religiosamente abandoné los artilugios para esconder el paraguas y me detuve a contemplar las formas que muy a pesar de la gravedad, se sostienen.

Y claro, apareció la tentación de sostener la cuerda que se desprendía desde lo alto, cuya nota anexa explicaba con detalles fabulados la fortuna de dejarse llevar por los instintos.

Una crónica bien crónica

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Bueno...volviendo al asunto de la realidad, hoy entro quedando con una crónica de un sitio que esta escondido de la luz del turismo que invade Medellín: TEJELO, un recorrido por la mejor de lo no turístico de nuestra urbs.

Tejelo (y la naturaleza humana)

“Se oye el rumor de un pregonar que dice así: "el yerberito llegó, llegó"
traigo hierba santa, pa' la garganta,
traigo keisimón, pa' la hinchazón
traigo abrecamino, pa' tu destino,
traigo la ruda, pa'l que estornuda
también traigo albahaca,
pa' la gente flaca, el apazote
para los brotes, el betibé pa'l que no ve
y con esa hierba, se casa usted
¡yerbero!”

El Yerberito Moderno, Celia Cruz

Pocos pregones son tan recordados como los que la guarachera de Cuba, Celia Cruz, emitía con entonada y caribeña voz. Pocos son tan dulces y poéticos, y al contrario, son mañosos y rebuscados que curan hasta las penas del alma, regresan al ser amado y llaman la plata.

Pregones. Qué sería de la ciudad sin sus pregones, vehículos de noticias, ideas, revoluciones, chismes y hasta de las más extrañas promociones. Pero estos no están completos sin sus pregoneros, quienes son los pescadores en el río revuelto del transeúnte urbano quién encuentra sin buscar, y compra sin necesitar.

En Medellín se baten a duelo todos los pregones, todos los sentidos. Muchas veces tocar, oler, saborear, escuchar y ver son actitudes hogareñas, sin lugar a irreverencias o desbordes.

Pocos son los paraísos de los sentidos, donde la sorpresa es lo cotidiano y la fauna urbana se esconde tras los pregoneros y mercaderes de almas, botellas y frutas que descubrieron que en su lógica, la estética no es más que el buen y saludable color de un banano pecoso, la suavidad de un zapote y el viril poder del borojó al calor del medio día.

La calle de honor

Un grito irrumpe entre los transeúntes: “más por menos es la oferta” y el intercambio se agiliza. Las básculas calibradas son los jueces de la exactitud cambiaria. La ñapa es la garantía de satisfacción y el escenario no es más que la calle y un laberinto de estantes de madera cubiertos por un rojo encendido que se filtra por los techos. Una obra de arte barroca se despliega por las estanterías, atiborrando por doquier frutas, verduras, tubérculos y productos que se ofrecen buscando dueños.

Tejelo no se abre, no cierra.

Navegarlo responde al instinto, no al afán y sus laberintos apretujados son la casa y el ecosistema vivo de cientos de comerciantes, caminantes y compradores que saben a dónde ir por lo que necesitan y cómo jugar al regateo, al mismo tiempo que se dejan sorprender por los nuevos productos, pues saben bien que en la competencia está la ventaja y a veces, la ruina.

Muchas veces, en el aire, corren rumores de lluvia, amores y persecuciones del Estado que siempre tienen clientes atentos. Muchas veces la corriente cambia, el clima se enmudece y la quietud espanta. Pero otros días, otras escenas permiten ver en un mismo espacio toda la variedad de la naturaleza humana, animal y vegetal. Y como buena naturaleza, impredecible y adaptable por el hombre, convertida a su semejanza.

El general, el caudillo, el comerciante…

El celebre ex presidente Rojas Pinilla, corona este pasaje de fauna. Una plazuela a su nombre enseña un espacio amplio, poco común en el corazón de Tejelo. Sólo por hoy, un indigente ha decidido recordar su busto conmemorativo poniendo cómodamente sus tenis al sol, pues parece que llega a molestarle la humedad o el olor. Rodeándolo, grupos de jóvenes de la calle soborean el sol mañanero al calor del sacol, y la charla de risas llena el ambiente con palabras de calibres inesperados y piruetas sobre el piso adoquinado.

Al general Rojas Pinilla parece apenarle la estética impredecible de Tejelo y muestra la espalda de su busto. Pero haciendo claridades, más bien, su estatua a medio pecho dá (de frente) la bienvenida con seño ejecutivo a este reino de naturaleza humana. Gracias General por traer la televisión a Colombia.

Pero Tejelo también es General. No es un nombre a la deriva, como casi ninguno en la ciudad, es un registro, una marca que de muy buena gana nos recuerda que desde las montañas algún día asomó un Jerónimo Tejelo, Capitán conquistador, que encomendado por Don Jorge Robledo, comandó en buena merced sus tropas a las tierras apenas vírgenes del Valle de Aburrá.

Ahí está la historia y para su recuerdo un pasaje que a muy buen honor rescata lo que por muchos años fuimos, un pueblo comercial, un puerto seco, una ciudad de intercambios y seres de mil colores que llegaron, pasaron y vivieron en estas tierras que hoy decidieron sin decidir que su vocación es el orden y el turismo y que sus calles no pueden esconder la magia de la fauna humana sin ser detectada, etiquetada y ubicada lejos de lo ojos de los que se incomodan con la vida ajena y su naturaleza.

La naturaleza humana no tiene límites. Animales como todos se esconden en el inframundo, lejos de la luz, y sin ser percibidos deambulan entre las sobras y los humanos. Un balance arriesgado se da cita en Telejo y aunque el reino de las frutas y los vegetales se impone por su necesidad de intercambio y comercio, los animales y los humanos se baten en un contacto constante en donde el olor llama a la compra.

Universidad de la vida en el centro de la zona rosa

Tejelo es zona rosa, de encuentro. La música hierve desde las cantinas desde donde la oscuridad da la tregua para el alcohol y el juego, un minuto para ahogar el calor entre la helada compañía de la cerveza y escuchar los místicos alaridos de la música del despecho que también recuerda que la vida es sufrimiento, trabajo, engaño, desidia, dolor…por eso sus letras rescatan el valor del trabajo con sudor, una de las cartas de salvación del comerciante, pues sólo dios sabe cuantos pecados acumuló para abandonar el delito y someterse a la “honradez” del pregón comercial.

Algunos dejaron la cómoda vida sedentaria que ofrece Tejelo entre la legalidad del pasaje comercial y el flujo constante de clientes, para buscar sobre las ruedas de una carreta mejores resultados.

Otros optaron por la movilidad, empujados por la mano ordenadora del espacio público y por la necesidad. En sus improvisados coches no sólo brilla el rojo encendido del tomate o el naranja dulzón de la piña, sino una corte de santos y frases que encomiendan el destino del día a día a una suma poderosa de religión, comercio y suerte.

Las carretas están equipadas para ofrecer estéticamente el producto, para huir ante el peligro del decomiso estatal y para eludir con maestría el mal tiempo. Son pequeños autos inteligentes que aparecen ante la oportunidad y huyen con el miedo y el chisme de la extinción.

Pero lo que los defensores del espacio público no han logrado es detectar cuán profunda es la imaginación del ser humano y más cuando se amenaza su supervivencia, pues el verdadero significado de inteligencia en Tejelo es la adaptación y este detalle no es garantía de la educación escolar sino de la maravillosa universidad de la vida.

“Mis hijos cuentan en libras”

Laura pela una libra de habichuelas por minuto. Quizá ostenta el record mundial en esta modalidad. Justo detrás del mostrador y delicadamente sentada maneja el cuchillo con maestría quirúrgica, al balde cae un aguacero del vegetal. Es sábado y los clientes piden cosas por doquier, todo lo que al frente ofrece Delia, su mamá, que en compañía de su otra hermana pesan, separan y sonríen.

Toda la semana es estudio y trabajo para Laura. En las mañanas dedicación en el salón de clase y en las tardes hace sus tareas al calor del vegetal, en el puesto de su madre. A sus 14 años ha desarrollado capacidades sobresalientes en matemática básica, pero ha sentido que le cuesta leer y concentrarse para estudiar si está trabajando.

Es un puesto de familia, bien surtido como ninguno y adornado de mujeres que tienen la buena costumbre de sonreír como valor agregado de la compra. Pero para garantizar que cuando Delia no esté en condiciones para trabajar, sus hijas deberán hacerlo, por eso son sus acompañantes habituales y así seguirá siendo, porque más que un trabajo es una tradición que les permitirá vivir tranquilamente siempre y cuando la fauna de clientes deambule con agilidad y el producto esté a la mano.

Tejelo es un regreso, una fotografía al pasado. En sus rincones se esconden historias y costumbres que se resisten al olvido. La modernización de la cultura y la era del globo no han fecundado las viejas formas de transar, de convencer, de mostrar. Las básculas pesan libras a la antigua, con viejos aparatos que son condición del buen vendedor: son los jueces de que la promesa de compra y el interés del vendedor son verdaderas y su ley es la libra. Unidad de medida popularizada por el peso. Pero, ¿Por qué confiar en la inexactitud de la naturaleza humana si los números pueden medir e interceder en la duda? Y así se presentan las ventas y se transa la vida.

Pero pasan las horas de luz y el flujo movedizo de las clientelas se ausenta y sólo quedan seres abrazando botellas en algunos bares. Las ganancias se cuentan y las perdidas obligan a creer a todos en la esperaza de un mañana rentable. Algunos levan sus anclas y empujan sus carretas vacías hacia sus casas o bodegas, otros salen en busca de mejor suerte. Los bombillos penden de los pequeños locales y la oscuridad llama a otro tipo de comercio, mientras las luces intimidantes de Ciudad Botero desplazan a cierta variedad de seres que buscando refugio entran a Tejelo con la tranquilidad del que conoce su laberinto y sus mañas. El ruido expectorante del tráfico mengua pacíficamente y despierta la noche.