la única historia de amor en mis archivos

Niebla sobre el río (exhalar)


Salté al río, ¿qué fue lo que vi?
Ángeles de ojos negros que nadaban conmigo,
una luna llena de estrellas y coches astrales
y todas las cosas que solía ver.
Todas mis amantes estaban allí conmigo,
todas mis pasadas y futuras y fuimos todos al cielo en un bote de remos. No había nada que temer ni nada que dudar”. Radiohead,“Pyramid song”

Amanece sobre el Atrato. Una niebla espesa recorre sus aguas tranquilas mientras la selva parece comérselo de un mordisco. Es la vida misma de esta selva oscura y húmeda, de este manto de soledad animal.

Mi barca se balancea con las olas de su corriente. Esta madrugada es como muchas otras: salir de casa para internarme en las aguas oscuras de este poderoso caudal y llegar a ese pueblo de miedo donde por algunos pesos lograré sobrevivir para ella y por mí.

Esta madrugada es triste porque la dejo entre las sábanas llena de preocupación, inquieta y sin saber si regresaré de noche, como siempre, para amarla como se lo juré el día en que la rapté de su casa. De su padre furioso que prohibía este amor de caoba y selva.

Ese día, le juré que construiría una casa humilde en las orillas de este río que tanto odia su padre. Levanté nuestro hogar a las orillas del Atrato, donde nadie nos encontraría y juramos esconder nuestro amor teniendo como único testigo a la selva.

Hoy navego lentamente hasta mi destino, respirando esta niebla caliente que emerge de esta agua. pienso en su rostro y en lo que hará todo el día alejada de todo lo que fue, de su familia, de la tierra bajo sus pies. Dudo por momentos haberla traído para encerrarla en medio de la nada, donde las aves son sus únicas compañeras, donde la soledad es su única amiga.

Me culpo. Soy culpable de esa soledad, de ese abandono involuntario. Ella sufre por mi culpa, mientras piensa en mi navegar sobre el río. Me esperará con su paciencia de pescador y con sus bordados de amor, que teje todos los días en mi ausencia.

Ella también me hizo una promesa el día en que la confine conmigo al exilio. Me dijo que nunca se dejaría vencer por el sueño sin que yo hubiera llegado y que siempre la noche se haría nuestra cómplice para compartir el amor que nos había sacado de la tierra y nos había llevado sobre las aguas para vivir como un par de aves migrantes.

Esa promesa rebotaba en mi cabeza siempre al salir, me llenaba de esperanza llegar a casa y verla sentada en su mecedora mientras sonreía al escuchar el agua crespada por mi barca y al verme llegar con algunos peces. Esa promesa era mi alimento, mi energía para sobrevivir a aquel pueblo fantasmal y a este trabajo que tanto odio, en medio del sol tropical que amenaza siempre con tostarme como a una hoja con su calor humeante.

Todos estos años han sido así. Un amor sobre el agua y bajo la selva, escondidos del odio de su padre y de la gente. La veo cansada de esta vida, de esta tortura tropical. Pero siempre lo niega y sonríe con su negrura.

Se que está sufriendo y he decidido sacarla de este infierno y llevarla a la capital para buscar mejor suerte. Quizás la vida nos reconozca este encierro y nos premie con su bondad y justicia para vivir juntos todo el tiempo, sin estar separados por el Atrato inmenso, por el Atrato caníbal que nos escondió sin reparos y que se comió nuestra vida.

Hoy estoy decidido a llevármela de aquí. El embarcadero se vislumbra a lo lejos y otro día de trabajo rutinario se acerca con rapidez. Ya amaneció y esa niebla que respiré todo este trayecto se oculta con el sol. Se parece a nuestro amor nocturno, visible a la madrugada y escurridizo bajo el sol.

Recuerdo el día en que la rapté. Como de costumbre la oscuridad siempre cómplice se derramó para dar paso al plan que tanto habíamos pensado. Ella estaba segura de todo y con ese impulso de juventud loca lo aceptó.

El odio de su padre no era nuevo y su vida había sido marcada por una gran pérdida. Me odiaba porque amaba el río y era a él a donde la llevaba cuando quería amarla sin testigos. Su padre se enteró de nuestro amor y la escondió de mi canoa y de mí.

Le dolía ver como su hija era llevada al río donde perdió a su esposa, aquella mujer que tanto había amado. En esa ocasión estaban juntos atravesando el río para llegar a Puerto Libre, habían dejado a los 7 niños en casa esperando con sus abuelos, mientras ellos visitaban a unos amigos cercanos al otro lado de ese mar dulce y furioso.

Ese día el río estaba incontenible, pero ellos habían tomado el riesgo de dominarlo como muchas veces. La corriente azotaba la canoa que se mecía con violencia mientras los arrastraba río abajo. Remaban con desesperación en medio de aquella furia: trabajo insuficiente pues eran arrastrados como diminutas hormigas por las aguas.

En un momento de impotencia la corriente volteó la canoa separando los amantes. Él nadó con todas sus fuerzas para alcanzarla pero no había rastro de ella y tras un momento de lucidez casi instintivo, braceó para alcanzar un tronco junto al río. Decidió vivir para sus hijos que morir con su amante y compañera. El precio de su decisión era tan costoso como la misma muerte: la pérdida del amor. Su pérdida.

Ese día y tras haber caminado muchas horas en medio de la selva prometió proteger a sus pequeños y alejarlos de aquellas aguas que dividieron su vida como lo hacen entre pueblo y pueblo, entre orilla y orilla.

Muchas veces maldijo el momento en que salvó su vida y medio de muchas borracheras melancólicas había preferido estar muerto como ella. Ahogado. Juntos.

Recuerdo el día en que lo conocí, estaba sentado afuera de su modesta casa de madera, bien adentro del pueblo, jugando dominó con uno de sus hijos, ya bastante grande como para irse de casa como lo hacen los muchachos en estas tierras. Me miró de arriba abajo, reparando en cada detalle, especialmente en mis pantalones cortados y mojados por la corriente. Inmediatamente vislumbró en mis ojos la furia del río y me ignoró sin ni siquiera conocerme, yo era un muchacho callado y tímido como un caracol y no reparé en comentarios, solo baje mi cabeza y esperé.

Desde ese día, nuestros encuentros siempre fueron trágicos, especialmente el día en que en medio de una de sus borracheras bucólicas me maldijo con todas sus fuerzas y me amenazó con perseguirme hasta el fin del mundo si seguía pretendiendo a su hija, la más bella.

Después de años de escondites y escaramuzas para huir de la ira de su padre, le propuse lo único que me quitaba el sueño: escapar. Juntos planeamos la huida, cada detalle. Ya había construido esa pequeña casa a unas 8 horas de ese pueblo inmóvil y empolvado por los años. Nervios, todo estaba listo.

Ese día, al alba, corrió del regazo de su padre a mis brazos y juntos navegamos río abajo en busca de ese lugar en medio de ninguna parte en donde su padre nunca nos encontraría, en el mismísimo fin del mundo a donde juró buscarnos si esto sucediera.

Hoy, tras años de habernos separado de esa sombra y haberla sometido a vivir entre la soledad y el agua aquí estamos, unidos por un matrimonio que fue presenciado por la selva húmeda y este río que ruge bajo nuestros pies.

Ayer discutimos. Fue duro porque hace tiempo no lo hacíamos. Ella quiere un hijo, un hijo nuestro que la acompañe en su infinita soledad, que use sus bordados y pequeños vestiditos, que llore para hacerla sentir viva. Lo hemos intentado, pero la vida no quiere premiarnos y ella se siente castigada por algo. Talvez por habernos escapado de su padre, de sus hermanos, de su vida. Yo le digo que el amor duele, que es costoso. Ella llora desconsolada sobre la cama. Me quedé inmóvil. Petrificado.

Hoy la dejé triste sobre la cama. Me carcome el deseo de estar a su lado, de consolarla, de decirle que nos larguemos de esa vida, que amemos la tierra de la que fuimos expulsados, que volvamos a vernos de día, sin niebla. Pero estoy amarrado a esta vida, que hoy abandonaré.

Trabajo todo el día. Navego a casa rápidamente, inhalo y exhalo esta niebla que vuelve al anochecer. Veo las luces de casa desde lejos, mi corazón palpita rápidamente. Alboroto el agua para que se dibuje esa sonrisa de marfil que tanto amo en su rostro. Entro despacio. Estás acostada en la cama desnuda. Parece que has roto tu promesa de no dormirte sin mi, de no ocupar tu 50% del lecho vital, de no cerrar tu ojos, antes de haberte perdido en los míos, como nuestra casa al borde de este río y perdida en esta selva.

Aquí parado me siento como el primer día antes de besarte. Antes perdido entre las nubes densas que emanaban de mi pipa saxofonista cuando no te tenía. Antes cuando niño veía como esa niebla salía del río para irse con el sol.

Hoy acá parado siento lo mismo: el rió al fondo de esta noche blanca y húmeda, y los grillos cantando para anunciar mi llegada triunfal.

Me acerco hacia ti. Lentamente. La cama se balancea como la barca sobre la que viaje para llegar hasta acá. Estás callada, me das la espalda desnuda. Me acerco hacia ti lentamente, inclino mi cabeza justo al ángulo de la tuya. Mis manos se ocultan bajo tu torso de ébano.

Haz roto la promesa de no dormirte sin mí. No respiras. Haz roto el trato para siempre.



3 comentarios :: la única historia de amor en mis archivos

  1. Solamente por este sitio la pude volver a leer... es tan, tan... tan tuya.... Me encanta. Anis.

  2. Tal vez sea porque no te conozco muy bien. La verdad no me esperaba esta forma de escribir tuya...Me gustó mucho porque cuando comencé a leerlo no pensé que se desarrollaría de esa manera. Además conserva esas descripciones detalladas, poéticas y curiosas que ya había notado en los pocos escritos leídos, propios de tu estilo. Este texto es diferente en un sentido rítmico,es menos anacrónico, y en un ambiente no urbano.
    ¡Que bien!

  3. sin palabras...